sábado, 9 de marzo de 2013

Pequeño micro mundo.

El chico de unos veinticinco años tenía dificultad para caminar y entraba agarrado del brazo de un señor mayor que pasaba de los sesenta. La cara del joven reflejaba una sonrisa especial, un tanto nervioso pero decidido y valiente.
Balbuceó los buenos días y preguntó de forma casi imperceptible a cerca del precio de los bocaditos de nata mientras los señalaba con mano temblorosa, la discapacidad le impedía hablar correctamente.
 
Esbozó una sonrisa, pidió una bandeja y le hizo un gesto al que luego supuse sería su padre acercándole la cintura para que le cogiera la cartera y pagase.
Una vez envueltos, el señor dijo que volvía en un instante, tenía que guardarlos y en breve volvía por él. El chico permanecía quieto, orgulloso del gesto hasta que regresó y le acompañó hasta el coche.
Tardó un rato en acomodarlo en el asiento e instantes después desaparecieron entre el tráfico. Nadie reparó en la situación: las prisas de la gente, sus quehaceres, sus problemas.

Me quedé pensando en la vida de ambos, en cuál sería el motivo por el que el chico compró los bocaditos, en si era consciente del momento actual que vivimos y en las dificultades a las que tendría que hacer frente él solo, en su micro mundo.
 
No suelo comprar pasteles pero ese día escogí una tarta para llevarla a una comida familiar y así refugiarnos en nuestro pequeño micro mundo por unas horas. Tal vez mañana sea ya tarde, carpe diem.


Leónidas de V.

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