miércoles, 10 de octubre de 2012

El último samurai.

Título de una película norteamericana que habla de las luchas internas del Japón del S. XIX cuando la industrialización se empezaba a imponer a las formas de trabajo artesanales y donde la época moderna se llevaba por delante toda etapa anterior, incluida la modernización de los ejércitos y los siempre presentes intereses monetarios. Hay cosas que nunca cambian y, de cambiar, es a peor.
Principalmente luchan dos bandos de un mismo país: de un lado el ejército nipón del Emperador en plena renovación con la ayuda de países extranjeros como los EE.UU. y del otro los antiguos samuráis, una casta de guerreros nobles instruidos en la batalla tradicional de arcos y katanas desde tiempos inmemoriales. El final puede suponerse sin más que añadir, una batalla desigual, lucha del honor frente al deshonor.

Echando la vista atrás en el tiempo podemos observar como el paso del tiempo no ha hecho poner fin a las guerras, sino que las ha ido desarrollando y han ido evolucionando de dos formas principalmente.
Desde la antigüedad la guerra ha ido de la mano del hombre por diversos motivos: dinero, gloria, imperialismo, religión, explotación de sus recursos, entre otros. Cuando un grupo, pueblo, ciudad o país necesitaba, por los argumentos que fueran, alguno de ellos, lo trataba de obtener a través de negociaciones pacíficas o por la fuerza.

Me centraré en el último aspecto: conseguir algo a través de las armas.
En éste caso, un país le declaraba la guerra de manera formal a su potencial enemigo para que supiera de sus intenciones y se enfrentase a él si no claudicaba. El Rey o cualquiera de sus representantes a través de emisarios, cartas, telegramas o declaraciones formales se lo hacían saber.
Se hablaba entonces de nobleza, caballerosidad y juego limpio, entre otros adjetivos, a la hora de iniciar la contienda: el protocolo. Curiosa ironía puesto que estamos hablando de muerte y destrucción pero incluso en éste caso se debía hacer conforme a una norma no escrita, un código de honor en el que ves la cara de tu enemigo y sus intenciones.
Las espadas, arcos, pistolas, cañones y demás material bélico eran usados por ambos bandos para tratar de conseguir y tratar de evitar cualquiera de los motivos antes expuestos. Un ejército bien pertrechado con uniforme de combate contra otro, un pueblo armado frente a frente con sus pinturas de guerra en la ladera de un monte, una fila de fusileros mirándose a los ojos frente a su enemiga; sangre, sudor y lágrimas. El que gana decide.

Desde hace un tiempo pero con los mismos motivos la forma de guerrear ha cambiado, existe una forma de hacer la guerra sin que se de cuenta el enemigo, existe una manera ruin y rastrera de expoliar recursos, someter un pueblo y acabar bajo los dictámenes de otro sin que prácticamente uno se de cuenta.
Es la misma táctica que usan los virus y las bacterias para invadir nuestro propio cuerpo y beneficiarse de él: sin aviso y a poder ser sin que te des cuenta me beneficiaré de ti.
Podemos mirar simplemente a los EE.UU. y su política exterior desde el fin de la segunda guerra mundial: un imperialismo capitalista bajo la mano de Dios que busca el sometimiento de toda forma política contraria a la suya, como es el socialismo, fascismo, comunismo, islamismo entre otros sin que el resto del mundo se de cuenta y, de darse cuenta, con el apoyo del mismo a través de la manipulación de los medios de comunicación principalmente.

La guerra fría queda al margen de éste segundo caso analizado puesto que no llegó a estallar un conflicto armado entre norteamericanos y rusos, pero las manos del capitalismo (mejor llamado corporativismo o poder de las grandes empresas sobre el pueblo) empezaron a asfixiar a sus vecinos del sur, países latinoamericanos ricos en recursos naturales como el petróleo y el gas natural, países que aún a día de hoy siguen con el yugo de las barras y estrellas sobre sus cuellos.
Véase el documental Zeitgeist Addendum donde, a parte de tocar otros temas muy interesantes relacionados con ésta reflexión, se habla de los sicarios económicos mandados por la CIA a éstos países para satisfacer los intereses económicos de las empresas norteamericanas, personas enviadas para “negociar” y donde toda forma de resistencia se traduce en derrocamientos presidenciales y accidentes fortuitos sin aclarar.
Los fusileros, los tercios de Flandes y la infantería romana dan paso a grupos de intervención rápida (comandos) que actúan como terroristas pero con el beneplácito de sus gobiernos. Se abandona el uniformes de guerra con arma en mano por el traje, la corbata y el maletín. El fin justifica la causa.

Recientemente cruzaron el charco con la excusa de la posesión de armas de destrucción masiva por parte de Irak para su invasión legal y posterior expolio del petróleo, en defensa de la libertad, la democracia y la paz mundial. Amén de firmar suculentos contratos con empresas norteamericanas para la reconstrucción del país: te invado con mentiras, ocupo tu tierra para beneficiarme de los recursos que me interesan y me pagas el que te reconstruya el país. Negocio redondo.

Ahora mismo, en plena crisis económica, se tiene la excusa perfecta para invadir (intervenir) un país y dictarle la conducta a seguir, las leyes que debe aprobar y los criterios que debe seguir.
No hace falta entrar en guerra, no hace falta armar un ejército ni invadir un país, no hace falta derramar sangre, basta con usar las nuevas excusas del neoliberalismo para ello: la deuda, los intereses, el déficit, el bloqueo económico y los mercados, entre otros. A través de ellos haré y desharé a mi antojo quitándoos la soberanía nacional con la excusa de las mismas. Mis multinacionales se instalarán en tu país para aprovecharse de tus recursos a cambio de migajas sin que debas oponer resistencia, de lo contrario desaparecerás del mapa.

Los países emergentes como China, India, Rusia y Brasil usan armas diferentes pero se comportan como los microorganismos enunciados anteriormente (véase el reportaje de Julián Pavón, catedrático y profesor de la Universidad de Madrid llamado Economía parasitaria china). Simplemente necesitan lanzar sus productos al mercado para inundarlos y competir de manera favorable para ellos, unos productos elaborados por mano de obra muy barata, sin derechos laborales y que no tienen competidor frente a productos como los europeos donde la mano de obra es (por ahora) más cara.

El mundo sigue girando y va cambiando todo con él, nuestro entorno, nuestras costumbres, nuestras ideologías y hasta la forma de hacer la guerra, sus excusas y sus pretextos, pero lo que nunca parece que van a cambiar son los motivos para declararla. El ser humano sigue dejando que sea su egoísmo el que lo mueva.