sábado, 12 de mayo de 2012

El silencio del ciprés.

Hace una mañana soleada, demasiado para éstas fechas, seguramente hoy al igual que  ayer el sol apretará como un día de verano.
Camino entre cipreses en su busca, casi no hay gente ésta mañana. Tuve que pedir referencias para encontrarla, ella nos dejó cuando yo tenía 9 años y desde entonces no había vuelto al lugar concreto.
Llego al lugar exacto, “Manzana 110, 647-720”, me costó menos de lo que creía. Busco su nombre con algo de impaciencia. Mi corazón da un vuelco, parece como si mi mundo se detuviera por un instante y me quedo quieto, mirando su nombre, con tristeza. Ahí está, bien cuidada y con dos ramos de flores blancas a cada lado que la engalanan. Una lágrima cae por mi mejilla.
No había traído nada, no sabía en qué estado de conservación estaría, pero decido acercarme a un puesto de flores dentro del complejo para mostrarle mis respetos. De vuelta al lugar coloco una rosa roja a cada lado junto a los ramos.
Me quedo un rato en silencio, con mis pensamientos, con mis recuerdos, como si dialogase con ella, tocando con mis manos el frío mármol. Caen más lágrimas por mis mejillas.“Ley de vida”, dicen.
“Tengo que irme, yaya, espero que allá donde estés no tengas dolor ni pena”, me digo mientras me despido de ella.

Atravesando la parte vieja el corazón se me estremece al ver cómo el tamaño de las tumbas me muestra la edad de aquel al que le llegó pronto su hora y me pregunto cuál sería la razón por la que los niños nos dejan tan pronto. De regreso veo unos metros más adelante unos operarios que estaban manipulando dos féretros de varias manzanas más adelante. Una mezcla de curiosidad e ingenuidad hace que me detenga por un momento y les observe a distancia.
Del primer ataúd uno de ellos saca con cuidado lo que antaño fue el cuerpo de una persona agarrándolo de un brazo simplemente con una mano. Totalmente rígido, ahora menguado y entre harapos, irreconocible, no pesa nada. El otro saca los restos de la segunda persona con la misma naturalidad que su compañero en un estado similar aunque sin tanta rigidez. El cráneo se le separa del resto del cuerpo y cae al suelo.
Ambos restos los colocan dentro de un plástico blanco y se suben a la furgoneta. Imagino que así será su día a día, un trabajo como otro cualquiera como aquel que dice, pero hay que tener estómago, acostumbrarse y valer, como todo.
“Polvo eres y en polvo te convertirás”, nunca mejor dicho.

Me marcho como vine, en silencio entre cipreses, el árbol de los cementerios. Quizás sea por su forma, su perfil solemne y respetuoso que guarda los cuerpos y las almas de aquellos que ahí descansan cual soldado engalanado, cuadrado de pie con la vista al frente. 
Rodéate de felicidad mientras puedas con tus seres queridos, dales un abrazo sin motivo alguno, diles que los quieres. Estamos en éste mundo de paso y mañana puede ser ya tarde.
Carpe diem, memento mori.