lunes, 14 de noviembre de 2016

Eterna vitalidad

El señor llega a punto para la comida que se sirve hoy, espera un instante en el hall mientras se despide de ella con un abrazo y repetidos besos. Se acercan ambos a los ochenta años, pero la sonrisa de complicidad que ambos muestran es propia de una pareja de quince añeros.
Son pareja habitual en el centro, juegan juntos a la baraja un par de horas por las tardes y suelen tener charlas amenizadas entre algún que otro café el uno con el otro.
- ¿no quieres quedarte a comer entonces? - le pregunta él.
- no, que me voy a casa.
Me quedé embobado observando la escena, no por entrometimiento, estaban a un metro escaso mío y era difícil apartar los ojos de la misma.
- entrañable, realmente bonito y escaso de ver - le dije a ella mientras el caballero iba camino de la cafetería.
Ella sonrió y se acercó a mí.
- si, nos queremos mucho, ya son años - me dijo – catorce años juntos ya.
Entonces entendí mejor la escena:
- ah, ¿no son marido y mujer? - le pregunté.
- no, no estamos casados, somos pareja, llevamos 14 años juntos.
Y entonces me hizo un breve resumen de todo ese tiempo, contándome que lo conoció casi analfabeto, que ella le enseñó a leer y escribir y que se quieren mucho:
- ya de niño estuvo haciendo labores de pastoreo, tiene los pies destrozados de tanto pisar el monte y los tiene que llevar vendados. Pero es muy bueno aunque tiene genio el condenado, pero como le conozco ya, le hago entrar en razón sin más – me dice entre risas.

A veces pensamos que ser mayor es llegar a un día en el que te dan un carnet especial por el que te ponen una etiqueta y dejas de sentir, que no vives sino que te limitas a funcionar. El tiempo pasa, más rápido de lo que nos gustaría, cambia todo a nuestro alrededor y hasta nosotros vamos cambiando, pero hay cosas que nunca cambian.

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