lunes, 5 de diciembre de 2016

El mal de la privación del alma.

Yo la notaba normal, no mostraba signos que delatasen nada anómalo y sus expresiones eran consecuentes con sus actos.
Pero llegó ese día fatídico, un escalofrío que recorre tu cuerpo te aturde y evade de la realidad que te rodea por un instante.
- recuerda que esta semana que viene me toca ir de mañanas - comenté mientras recogíamos algunos enseres de la cocina.
- ¿no tenías fiesta? - preguntó ella.
Alguna vez les había recordado a ambos mi cuadrante de trabajo dado que alguna que otra vez solía sufrir algún que otro cambio.
- no, mamá, si ya comentamos el tema ayer. Además si necesito algo del.....pero, ¿qué haces? ¿por qué guardas eso en el horno? - le pregunté extrañado.
- ¿y dónde quieres que lo guarde? Donde siempre - me contestó mientras me miraba con absoluta normalidad esgrimiendo una sonrisa.
Nunca guardaba nada dentro del horno, y menos unas copas de vino. Una sensación extraña y tenebrosa hizo que me quedase inmóvil por un instante. Me faltaba el aire por momentos, respiraba con dificultad y mi pulso fue más rápido. Conseguí abrir los ojos, estaba todo oscuro pero adiviné entre las sombras que era mi dormitorio, mi cama.
Una pesadilla, una mala pesadilla que espero no llegue nunca a ser realidad. Hay muchas formas de que nos dejen nuestros seres queridos pero, por favor, no vuelvas a provocarme esa herida que todavía no ha cicatrizado, no te los lleves así de esta manera arrancándoles la conciencia, privándoles de recuerdos y desahuciándolos sin alma.

lunes, 14 de noviembre de 2016

Eterna vitalidad

El señor llega a punto para la comida que se sirve hoy, espera un instante en el hall mientras se despide de ella con un abrazo y repetidos besos. Se acercan ambos a los ochenta años, pero la sonrisa de complicidad que ambos muestran es propia de una pareja de quince añeros.
Son pareja habitual en el centro, juegan juntos a la baraja un par de horas por las tardes y suelen tener charlas amenizadas entre algún que otro café el uno con el otro.
- ¿no quieres quedarte a comer entonces? - le pregunta él.
- no, que me voy a casa.
Me quedé embobado observando la escena, no por entrometimiento, estaban a un metro escaso mío y era difícil apartar los ojos de la misma.
- entrañable, realmente bonito y escaso de ver - le dije a ella mientras el caballero iba camino de la cafetería.
Ella sonrió y se acercó a mí.
- si, nos queremos mucho, ya son años - me dijo – catorce años juntos ya.
Entonces entendí mejor la escena:
- ah, ¿no son marido y mujer? - le pregunté.
- no, no estamos casados, somos pareja, llevamos 14 años juntos.
Y entonces me hizo un breve resumen de todo ese tiempo, contándome que lo conoció casi analfabeto, que ella le enseñó a leer y escribir y que se quieren mucho:
- ya de niño estuvo haciendo labores de pastoreo, tiene los pies destrozados de tanto pisar el monte y los tiene que llevar vendados. Pero es muy bueno aunque tiene genio el condenado, pero como le conozco ya, le hago entrar en razón sin más – me dice entre risas.

A veces pensamos que ser mayor es llegar a un día en el que te dan un carnet especial por el que te ponen una etiqueta y dejas de sentir, que no vives sino que te limitas a funcionar. El tiempo pasa, más rápido de lo que nos gustaría, cambia todo a nuestro alrededor y hasta nosotros vamos cambiando, pero hay cosas que nunca cambian.